En qué momento las personas
ajenas se toman nuestras vidas como suyas y nos dicen que hacer con nuestro
cuerpo, con nuestra mente y nuestras acciones. Porque las personas se ufanan en
controlarlas como si fueran suyas. En qué momento nos damos cuenta de que esta
es nuestra vida y es la única y no tendríamos por qué permitir que los demás se
inmiscuyan.
Es como estar en un remolino, las
voces a mi alrededor me susurran lo que está mal, lo que debería hacer, lo que deberíamos
hacer con nuestra vida, me la he pasado preocupándome por todo, si el trabajo,
si la familia, si mi novia, si mi alrededor le parece lo que hago y lo que no. Que
al final es muy cansado.
No dudo que la envidia rodee a
todos, siempre hay algo que envidiar y detestar en otra persona porque ese ser se
esforzó un poco más en conseguirlo, algunos nacen con suerte y otros deben
encontrarla. Algunos nacen para amar y otros para ser amados diría mi novia.
La sencillez es una virtud que ya
no existe, son pocas las personas humildes que no pierden la dimensión del piso, cuando crecía
me hice la promesa de que no permitiría burlarme de las personas que me
pisotearon e hicieron sentir inferior.
Ella es tan comprensiva, me eleva
al cielo y me aterriza al mismo tiempo, no entiendo que fue lo que vio en mí habiendo
tantos peces en el estanque.
Me lleva a una dimensión de
emociones, me desconozco ya no soy aquel hombre frívolo.
Mi coraza se rompió y con lágrimas
en los ojos penetro en mí. Por primera vez mi corazón volvió a palpitar y lo
envolvieron sentimientos que jamás pensé experimentar.
Me orillo abandonar la soledad,
me orillo a sentirme acompañado y a olvidar lo que era ser un solo ser para
sustituirlo por dos.
Me enseña lo que es apoyarme, a
que las palabras hieren y sanan a la vez, a que está bien llorar en los brazos
de alguien.
Mis suspiros ya dejaron de ser efímeros
y se moldean a su olor a su carácter y su sonrisa.
Y aunque pocas veces se lo digo
sabe que la amo con toda el alma destrozada.